viernes, 6 de marzo de 2009

LA ESPERA


Amanecía, y se descubría un sol palpitnte que nacía de un horizonte lejano que pintaba de luz y sombra las habitantes abstractas de las alturas, las nubes, y ese sol imponente, magestuoso, renacído, me hacía encontrarme nuevamente con una naturaleza exótica y llena de misterios; una naturaleza que todas las mañanas me hace pensar, y en ese pensar tan desmezurado, tan salvaje y falto de reglas, recordé mi época moza en la que deambulaba peregrino por desconocidas tierras, conociendo gente y culturas nuevas, llenas de frescor, de vida, de magia... y sentí nostalgia en mi corazón por no poder retroceder en el tiempo y volver a vagar por el mundo, en vez de estar postrado en esta silla, sin poder caminar, sin poder hacer nada, además del desgarrante dolor que mi enfermedaa me hace sentir; y más fuerte se hace mi pena por el hecho de tener que estar solo, aislado de la sociedad para no contagiarlos. Estoy esperando que la blanca fémina de labios rojos entre por mi ventana para llevarme con ella. Por ahora sólo me queda resignarme al dolor, al aislamiento y a la soledad...

Y en medio de esta soledad cierro los ojos como queriendo escapar de ese mundo hermosos y cruel en donde me sumergí, y al acariciar la áspera mesa de hierro helado comienzo a recordar mis viajes, a los grandes y catires bachacos de mi caluroso pueblo natal, a las ranas malolientes que siempre encontraba por las mañanas dentro de mis zapatos verdes cuando era niño, recuerdo a mi primo Octavio corriendo junto a mí detrás de las grandes mariposas multicolores con las alas en forma de corazón que abundaban en su pueblo, mariposas que nunca logramos atrapar aunque corríamos con nuestra mayor fuerza, corríamos, corría, corría, era feliz en esa libertad inocente y pura.

Ahora estos recuerdos hacen que mi nostalgia de haga más y más fuerte, y un dolor indescriptible invade todo mi ser, es un dolor que nace en el alma. Una desesperación inexplicable brota de mi interior y me hace sentir cual fuente de pesares, siento que mi tiempo se torna más y más lento, el "Tick" "Tack" del reloj se vuelve insoportable y las grandes ráfagas de aire que entran por los inmensos ventanales que dan a los jardines del hospital me asfixian y aumentan aún más mi desespero; siento que mi cuerpo tiembla cada vez más y más rápido y mis articulaciones se separan caprichosamente mientras mis venas explotan lentamente dentro de mi, tornando mi blanca piel en una nueva tez color azul profundo; y es en ese momento cuando la veo asomarse a mi ventanal; ella blanca, vestida con unas blancas transparencias que delatan lijuriosamente cada parte de su cuerpo, y los labios rojos... Es la muerte que llegó para llevarme consigo a su palacio de hielo cristalino custodiado por las sombras en el cual una vez que alguien entra ya le es imposible salir. Lo último que recuerdo de ese día es la sangre brotando por mis ojos callendo certeramente sobre mis rodillas inmóbiles cubiertas por un manto de lana gris.


Joe Pinzón.

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